En una primera disección literal, la terraza está construida con unos muros elevados sobre el nivel de azotea; los tiros de la chimenea y el sistema mecánico de calefacción y, también, por la torre blanca que aloja el depósito de agua y las escaleras que conducen a la zona de servicios en tercera y última planta.
También es una composición abstracta de paramentos desnudos que funcionaron como laboratorio cromático y cuya función arquitectónica es a la vez evocadora e insólita.
En la terraza es donde sucede el desenlace de la compleja construcción espacial y poética de la casa. Una construcción que, como recuerda el amigo de toda la vida de Luis Barragán, Ignacio Días Morales, sería fácil de traicionar por las descripciones fragmentadas:
Una cualidad muy importante de los espacios de Barragán es la concepción unitaria, tanto de los espacios simples como de los compuestos, sobre todo, de la secuencia de los espacios que componen un edificio que da la impresión de estar concebidos en un mismo instante y que constituyen una sorpresa inédita de un macizo buen juicio; son como diversas notas de un mismo acorde armónico, son una exhibición del sentido común, hoy tan raro, como si la composición de estos espacios no pudiera ser de otra manera, tectónicamente ineludible.
En la terraza, el desenlace es más inquietante que catártico. El mismo sustantivo "terraza" que la designa pragmáticamente en los planos queda contradicho por la experiencia de habitarla.
Más allá de que se le pueda llamar mirador, estanque, patio, observatorio, capilla, jardín colgante... En la terraza tiene lugar la secuencia de transformaciones documentada fotográficamente por Armando Salas Portugal y que es una de las más significativas como ejemplo del proceso de experimentación con la obra.
A partir de un simple barandal de madera que permitía la vista hacia el jardín, los muros perimetrales fueron elevados hasta la completa introspección. La cruz en relieve que muestran algunas de las fotografías también desaparece durante el proceso. Por otro lado, las múltiples variaciones cromáticas que se registran dejan pistas de la exploración que Barragán hace sobre la interacción del color con los espacios construidos.
La búsqueda de los orígenes desde los cuales la terraza ha evolucionado -si en verdad se tiene que insistir en buscarlos- se vuelve múltiple: pueden encontrarse en la tradición musulmana de habitar los techos o en esos lugares abiertos por excelencia al acontecimiento urbano y hasta en el concepto anunciado por Le Corbusier de la quinta fachada moderna. O bien, en el sencillo aprecio rural y universal del contacto con el firmamento.
Luis Barragán era un hombre culto que encontrará muchas veces eco de su propia búsqueda en la obra de otros y aquí ha dejado también testimonio de su cercanía con el movimiento surrealista, especialmente con la obra metafísica de Giorgio de Chirico. Más allá de la sola coincidencia de la imagen, la terraza nos permite volver a las reflexiones que inspiró al artista italiano su admiración por la pintura antigua:
El cuadro del cielo enmarcado por las líneas de una ventana es otro drama que se ensambla con la escena básica del cuadro, de tal manera que cuando el ojo se encuentra con aquellas superficies verdosas, aparecen múltiples interrogantes turbadoras: ¿qué habrá más allá de la ventana?... ¿Ese cielo cubre, quizá el mar, el desierto o una populosa ciudad?... ¿o quizá se extiende sobre una naturaleza libre e inquietante, sobre montes y profundos valles, sobre llanuras surcadas por caudalosos ríos?
Y las amplias perspectivas de las construcciones se levantan llenas de misterio y de presentimientos, en sus rincones se esconden oscuros secretos que hacen del arte un episodio vibrante y no sólo una escena limitada a los actos de los personajes representados, todo un drama cósmico y vital que envuelve a los hombres y los atrapa en su vorágine en la que el pasado y futuro se confunden con los enigmas de la existencia, exaltados por el soplo del arte y desnudos del aspecto complejo y temible con que el hombre los imagina fuera del arte, cubriéndose de la apariencia eterna, tranquila y consoladora de toda construcción genial.
Para dejar la terraza se debe buscar la puerta tras la torre gris, si la memoria de que existe la puerta prevalece sobre la percepción.