En la segunda planta la vista del jardín está reservada para la habitación del arquitecto y la habitación de tarde o el "cuarto blanco" como coloquialmente le llamaba. A estas se accede por una nueva válvula espacial, ahora amarilla, que concentra la luz de la mañana proveniente del vestíbulo hasta llevarla al interior de las recámaras donde no falta el arte sacro y los motivos ecuestres.
Junto a una pintura de la "Anunciación", en la recámara principal, se puede también encontrar un pequeño objeto que no pocas veces disturba a los visitantes: un biombo de no más de 30 centímetros de alto, hecho de cartón, sobre el que se han montado las imágenes de una modelo de raza negra que se seleccionaron y cortaron en alguna revista de modas. En este mínimo detalle, anecdótico si se quiere, se expresa la fundamental dialéctica con la que ha sido construida esta casa: entre ascetismo y la sensualidad. La misma tensión entre los opuestos aparentes eran consubstanciales en la vida del arquitecto Luis Barragán el mismo que la imaginó y la habitó como bien escribió Alfonso Alfaro: "porque Luis Barragán es un creador de espacios serenos pero por cuya biblioteca deambulan fantasmas inquietantes: él es al mismo tiempo un asceta y un dandy, un empresario y un artista, amigo de las Reverendas Madres Capuchinas y lector de Baudelaire, devoto de San Francisco y cercano a los muralistas, exquisito y rural; un hombre, en fin, cuya herencia barroca se expresa en una obra casi del budismo zen".